sábado, 14 de junio de 2008

El último

El último”, de Murnau, nos cuenta la historia de un anciano portero de un prestigioso hotel de la ciudad de Berlín, orgulloso de su trabajo y uniforme, y respetado por su familia y vecinos.

Un día su superior comprueba que la edad hace que cada vez le resulte más difícil realizar su trabajo con la agilidad de antes, por lo que le sustituye en su puesto por alguien más joven y fuerte degradando al portero a encargado de los lavabos. Profundamente avergonzado de su nueva situación intentará ocultar el hecho a su familia y amistades robando el uniforme para poder asistir con él a la boda de su hija.

En esta película Murnau retrata a la perfección a un hombre anciano, vejado en su trabajo humillado por una sociedad fría y superficial que pisotea su dignidad como ser humano y que favorece la explotación del empleado para el beneficio económico de la empresa en pro del valor de la experiencia, dedicación y valor humano.

El uniforme representa un papel importante en la película. El portero que pierde su uniforme y con él su puesto de trabajo representa la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, quedando relegada a un segundo lugar y humillada por el resto de países.

A un drama como éste le corresponde un final más dramático aún. Sin embargo la UFA le “sugirió” a Murnau que cambiara ese final ya que la gente quería ir al cine para entretenerse y no para ver la realidad que les rodeaba. Así que Murnau añadió a su magnífico final un epílogo en el que, tras justificar ese brusco giro de la historia obligado por la UFA, parodia un final feliz llevándolo a la exageración con una representación sarcástica de la sociedad capitalista en la que lo único que importa es el dinero frente a las personas.

En definitiva, una obra maestra del cine mudo en la que Murnau nos maravilla con sus planos, luces, efectos, compaginándolo todo para dar sentido a su historia; una historia con la que nos hace plantearnos qué es más importante: la persona o el dinero. La respuesta la tenemos todos muy clara pero... ¿la ponemos en práctica?



Paco Ibañez - Me lo decía mi abuelito

Me lo decía mi abuelito, me lo decía mi papá, me lo dijeron muchas veces y lo he olvidado muchas más

4 comentarios:

El vecino del 4º dijo...

veo que las historias te atrapan...pasate por mi piso...en el 4º...desde ahí si te asomas a la ventana se ven cientos...

besos desde el otro lado de la luna
desde el otro lado de la ventana

tu vecino del 4º

Raymunde dijo...

Mira, por una vez, me he visto la peli de la que hablas. Me acuerdo de que me encantó, por la historia y por la estética de la historia.
Pero lo que no entiendo es por qué te empeñas en achacar la culpa de la desgracia del portero a la sociedad capitalista. ¿Crees que otro tipo de sociedad se hubiese comportado de otra manera? Estoy segura de que no.

Piensa que la historia podría ser interpretada de otra manera: la edad nos quita los atributos que nos definían hasta ese momento, y nos negamos a aceptar el cambio, queremos robar aunque sea la ilusión de seguir siendo “útiles a la sociedad” (o jóvenes, como diría yo). Intentamos engañarnos a nosotros mismos y a los demás al no aceptar que al final de este camino está la muerte, la puerta hacia otro camino.

Abrazo!!!

Thabitha dijo...

Aiss pequeña CAO, como te gusta llevarme la contraria ;P
Por supuesto que pienso que es culpa de una sociedad capitalista. Si no diéramos más importancia al dinero que a las personas, nos daríamos cuenta de que da igual que una persona ya no sea "tan útil" como en sus tiempos jóvenes, porque lo que importa es cómo se sienta él. Si apartas a una persona de su puesto de trabajo, relegándole a un puesto mucho inferior, le estás diciendo claramente: "asume que ya no vales, que ahora eres una carga para nosotros" y eso es muy cruel. Al jefe del portero le importa más la productividad que los sentimientos de la persona.
Además, si no viviéramos en una sociedad capitalista, no importaría tanto esa apariencia que da un buen puesto de trabajo, que consigue que la gente admire al portero y luego se ría de él cuando ha perdido ese estatus.
Hay que dar prioridad a las personas, a sus sentimientos.
Está claro que tenemos que asumir que nos hacemos mayores, y que acabaremos jubilándonos. Pero que no nos degraden antes.
Saludos!!

Anónimo dijo...

Ni con una ni con otra.
Hoy día nuestra sociedad capitalista es la que en efecto mueve a degradar a alguien por su puesto de trabajo, clasificando algunos empleos como "respetables" y otros como "poco dignos", y es ahí donde radica verdaderamente el problema que plantea Murnau en esta cinta. Aún así, me acerco también a la postura de Cao en que en otra clase de sociedades la segregación entre castas existiría igual, solo que serían otras. Ya en el medievo el verdugo se sentaba separado del resto, en las tabernas. Los únicos sistemas en los que toda labor ha sido equiparada en dignidad han sido, a mi juicio, los totalitarios, y solo porque como en otros muchos aspectos, la letra con sangre entra. Y no me parece una buena opción.
Hay que ser humanos, pero también prácticos. Yo no antepondría los deseos de alguien a su efcacia en un determinado puesto, y es que me parece algo injusto y peligroso. Pero supongo que habría un modo de llegar a un punto de satisfacción para todos y que además cualquier persona con sentido común lo aceptaría de buen grado.
Su maldito jefe capitalista debería haberse recortado un poco el supersueldo y haber contratado a un ayudante (también con uniforme) que aprendiese del botones y le echase una mano con las maletas mas pesadas al tiempo que se prepara para suplantarle cuando El Último se vaya para no volver.