A veces es necesario, imprescindible, urgente, escapar de la rutina de la misma habitación, del mismo orden o desorden, de los mismos árboles, coches, personas... De los mismos cansancios de todos los días y las penas que recorren el mismo camino de ida y vuelta cada día. A veces, con salirte del camino marcado un par de días, es suficiente para recoger fuerzas y retomar otra vez la pedregosa carretera de tu vida.
Como un día me enseñó Juliette Binoche, pude sentarme en un banco al lado de la ría bilbaína, sintiendo el sol golpeando mi cara con los ojos cerrados, intentando calentar el frío que nos invade el alma. Leer mientras observo personas nuevas paseando, escuchar música mientras paseo por caminos desconocidos.
Y la soledad se acabó tomando café y bizcocho de chocolate mientras inventamos historias de románticos encuentros lingüísticos y tíos que juegan con sus sobrinos. Más tarde dejamos el sol para adentrarnos a través de un telón de titanio en un Japón que observa nuestros movimientos con multitud de ojos que llegan a traspasar los cuadros para actuar en miradas furtivas mientras robamos información de una guía que no nos pertenece. Cruces de miradas y búsquedas de ojos predominaron en nuestra visita a un museo en el que intentábamos ver más allá de lo que nos enseñaban sin saber si lo llegamos a conseguir. Conejitos tiernos que se convierten en monstruitos de tres ojos, flores con enormes sonrisas y setas que nos observan, hombres que inician la vida, mujeres que la alimentan, y mucho consumismo transformado.
Y por la noche pinchos, vinos y risas. Interpretamos papeles de culebrón argentino, nos quisimos con limón y sal, y aunque solo fuera por una noche, olvidamos lo que nos rodeaba perdiendo las llaves del mundo real en un intento desesperado por permanecer en ese mundo onírico más tiempo. Pero no funcionó. Alguien golpeando la puerta nos devolvió a la realidad dolorosa del retorno cansado a un mundo indeseado.
El problema del regreso es que lo haces al punto del que partiste, sin haber avanzado nada. Todo lo que dejaste te espera al volver. Y el golpe se hace más duro después de haber soñado un poco. Los lunes siempre duele que suene el despertador, aunque lo hayas cambiado de sitio, aunque la cama ahora esté en otra parte. El despertador siempre te devuelve al mismo lugar del que partiste.
Como un día me enseñó Juliette Binoche, pude sentarme en un banco al lado de la ría bilbaína, sintiendo el sol golpeando mi cara con los ojos cerrados, intentando calentar el frío que nos invade el alma. Leer mientras observo personas nuevas paseando, escuchar música mientras paseo por caminos desconocidos.
Y la soledad se acabó tomando café y bizcocho de chocolate mientras inventamos historias de románticos encuentros lingüísticos y tíos que juegan con sus sobrinos. Más tarde dejamos el sol para adentrarnos a través de un telón de titanio en un Japón que observa nuestros movimientos con multitud de ojos que llegan a traspasar los cuadros para actuar en miradas furtivas mientras robamos información de una guía que no nos pertenece. Cruces de miradas y búsquedas de ojos predominaron en nuestra visita a un museo en el que intentábamos ver más allá de lo que nos enseñaban sin saber si lo llegamos a conseguir. Conejitos tiernos que se convierten en monstruitos de tres ojos, flores con enormes sonrisas y setas que nos observan, hombres que inician la vida, mujeres que la alimentan, y mucho consumismo transformado.
Y por la noche pinchos, vinos y risas. Interpretamos papeles de culebrón argentino, nos quisimos con limón y sal, y aunque solo fuera por una noche, olvidamos lo que nos rodeaba perdiendo las llaves del mundo real en un intento desesperado por permanecer en ese mundo onírico más tiempo. Pero no funcionó. Alguien golpeando la puerta nos devolvió a la realidad dolorosa del retorno cansado a un mundo indeseado.
El problema del regreso es que lo haces al punto del que partiste, sin haber avanzado nada. Todo lo que dejaste te espera al volver. Y el golpe se hace más duro después de haber soñado un poco. Los lunes siempre duele que suene el despertador, aunque lo hayas cambiado de sitio, aunque la cama ahora esté en otra parte. El despertador siempre te devuelve al mismo lugar del que partiste.
2 comentarios:
Sí,pero depende de nosotros saborear intensamente esos paréntesis,en realidad,la vida es una sucesión de altibajos,de luces y de sombras,no podríamos deambular permanentemente con una luz cegadora,tampoco sabríamos siquiera distinguirla si no existieran como contrapartida,las sombras.
Un abrazo y brindo por romper la rutina!
Es cierto Troyana. Llevo una temporada que los fines de semana rompo la rutina con motosierra. Afrontas la semana con otra energía. Pero ya sabes, cuanto más alto subes, más dura es luego la caída. Aún así, el próximo lunes espero poder contaros otro capítulo de (kit-kat).
Salud!
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