Cedric Klapisch utiliza la ciudad de Paris para hacer un recorrido por la vida de varias personas normales, como tú y yo, que pasan desapercibidas a nuestros ojos en la vida cotidiana de prisas y rutina, hasta que un genial director de cine nos las pone delante y nos hace ver la belleza que encierran.
Nos encerramos tanto en nosotros mismos y en nuestras vidas, que no nos damos cuenta de todo lo que se mueve a nuestro alrededor. Sentimos un sufrimiento egoísta sin darnos cuenta de que la persona que está sentada a nuestro lado en el autobús tiene problemas mucho más serios que nosotros. O sin ver toda la belleza que encierra un gesto tan cotidiano como el de la vecina de enfrente a la que vemos todos los días en la cocina preparando con amor esa comida que huele tan bien. Tenemos la vida pero no vivimos. Solo cuando nos falta, es cuando empezamos a echarla de menos. Somos así de estúpidos, y así nos lo muestra esta película. Quizá si dejáramos de mirarnos el ombligo pensando que tenemos los problemas más grandes del mundo, podríamos empezar a vivir.
Una mujer soltera con 3 hijos que no se permite enamorarse. Su hermano con una enfermedad de corazón y la incertidumbre de si sobrevivirá. Un hombre enamorado de alguien a quien ya no tiene. Inmigrantes al otro lado intentando llegar a Paris para tener y disfrutar todo aquello que los parisinos tienen pero no saben ver. Un profesor enamorado de su alumna. Y una alumna con ganas de conocer... Y mil historias más.
Esta película es un canto a la necesidad de querer y que nos quieran, de existir y que vean que existimos, de ser escuchados y observados, de interactuar con el mundo que nos rodea. De sentirse vivo.
Nos encerramos tanto en nosotros mismos y en nuestras vidas, que no nos damos cuenta de todo lo que se mueve a nuestro alrededor. Sentimos un sufrimiento egoísta sin darnos cuenta de que la persona que está sentada a nuestro lado en el autobús tiene problemas mucho más serios que nosotros. O sin ver toda la belleza que encierra un gesto tan cotidiano como el de la vecina de enfrente a la que vemos todos los días en la cocina preparando con amor esa comida que huele tan bien. Tenemos la vida pero no vivimos. Solo cuando nos falta, es cuando empezamos a echarla de menos. Somos así de estúpidos, y así nos lo muestra esta película. Quizá si dejáramos de mirarnos el ombligo pensando que tenemos los problemas más grandes del mundo, podríamos empezar a vivir.
Una mujer soltera con 3 hijos que no se permite enamorarse. Su hermano con una enfermedad de corazón y la incertidumbre de si sobrevivirá. Un hombre enamorado de alguien a quien ya no tiene. Inmigrantes al otro lado intentando llegar a Paris para tener y disfrutar todo aquello que los parisinos tienen pero no saben ver. Un profesor enamorado de su alumna. Y una alumna con ganas de conocer... Y mil historias más.
Esta película es un canto a la necesidad de querer y que nos quieran, de existir y que vean que existimos, de ser escuchados y observados, de interactuar con el mundo que nos rodea. De sentirse vivo.