Resulta paradójico que aquellas personas que no hablan mi idioma sean, a la vez, las que mejor me entiendan. Mientras que aquellas con las que comparto lenguaje, son incapaces de comprender lo que intento explicarles constantemente. Alguien me dijo que las palabras separan y empiezo a comprobar que es cierto.
Eugène Ionesco hablaba de la tragedia del lenguaje, “Más tarde, estas verdades elementales y sensatas se habían vuelto descabelladas, el lenguaje se había desarticulado, los personajes se habían descompuesto; la palabra absurda se había vaciado de su contenido y todo acababa en una pelea cuyos motivos era imposible conocer, pues mis héroes se lanzaban no ya réplicas, ni siquiera fragmentos de proposiciones, ni palabras, sino sílabas, o consonantes, ¡o vocales! ...”. El lenguaje ya no es un medio a través del cual entendernos sino un constante ir y venir de clichés, frases hechas sin ningún sentido, sonidos que no dicen nada.